
Podríamos decir que el trigo es casi tan antiguo como la humanidad. No se sabe en qué momento exacto el hombre empezó a usar el trigo para alimentarse, pero sí sabemos que en un principio este cereal crecía de forma “salvaje”. La creencia común entre los historiadores apunta a que se comenzó a cultivar de forma controlada en algunas regiones del sureste de Asia, extendiéndose al resto del mundo. La peculiaridad de este cereal es que, siendo la misma semilla, nacían distintas variedades según la tierra donde se sembrara. Aproximadamente en ese momento de la Historia se hicieron las primeras selecciones de semillas.


En las últimas cuatro décadas el cultivo de trigo autóctono se redujo en un 50 por ciento en Galicia, proliferando en el mercado las harinas procedentes de un grano que, aunque cultivado en la comarca, no ES AUTÓCTONO ya que su siembra en estas tierras es relativamente reciente.
Esta crisis del grano gallego fue provocada por la importación de granos y harinas procedente, en su mayor parte, de Castilla y León. Una harina de las denominada “de fuerza” y que dependiendo de la mezcla que el panadero haga, la calidad del producto resultante variará en cuanto a sabor, nutrientes y textura.
Parte de lo que provocó esta crisis fue la poca extensión que existía de plantación de trigo autóctono. La mayoría de plantaciones eran minifundios que plantaban el cereal para moler y hacer su propio pan. Cosechas familiares de subsistencia. Este formato de cultivo no resultaba rentable para la producción a gran escala de pan y otros productos elaborados con harinas.
Suponemos que otro de los motivos por los que no era rentable el tipo de trigo gallego para la panadería industrial era que, entre otras características, no se trata un trigo de fuerza. Es un trigo que, en cambio, entrega un gran sabor y una textura especial, dadas las características de nuestra tierra.

